jueves, 8 de agosto de 2019

Mi adolescencia como feminófilo

DE LOS 13 A LOS 20 AÑOS

Mis años de adolescencia pasaron llenos de ilusión, esperanza, tristeza por la prematura muerte de mi padre a mis 18 años, pero también expectativas amorosas.
Al cumplir los 13 años (año 1975) mi "adicción" a la ropa femenina siguió. Ya no me conformaba con "robarles" unas braguitas a mis hermanas. Ahora, de vez en cuando me ponía una falda, algún vestido y alguna que otra prenda. Como todavía era casi un niño, los pies los tenia pequeños y me podía poner los tacones de mis hermanas que ya eran mujeres de 18 y 19 años. Para ese tiempo una de mis hermanas se casó y se me redujeron drásticamente mis posibilidades de vestirme pues la mayor de mis hermanas que seguía soltera era muy delgada y no me valía su ropa pues yo era un poco gordito. La hermana que se casó usaba mi talla. Aún así mi hermana se dejó algunas prendas y aproveché para ponérmelas. Entre las cosas que se dejó estaba una faja que me gustaba mucho porque me estilizaba bastante y un vestido que se dejó me quedaba perfecto, igual que una falda marrón que también se dejó.
Pero los años pasaban y con los 14 me vino mi primera erección. Al ponerme la faja y luego la falda me excité tanto que manché toda la ropa de semen. Yo no sabía qué era aquello. Ni mi padre ni mi madre me hablaron nunca de ello. Los padres de antes no hablaban nunca de sexo con los hijos. Lo aprendíamos como los animales, por instinto. El caso es que tenía un problema y no sabía como resolverlo. Manché las braguitas (las puse perdidas de semen), también la faja y un poco la falda. Era invierno y si lavaba esa ropa tardaría días en secarse. Al final lavé las braguitas que era lo que más había manchado y con un poco de cuidado limpié la mancha de la faja y de la falda. Luego, aproveché en un momento que no había nadie y metí esa ropa, después de escurrirla bien, debajo del colchón de mi cama. Menos mal que a mi madre no le dio por levantar el colchón.

Para cuando cumplí 15 años empecé a tener curiosidad por ponerme pendientes. Todavía no tenía agujeros en las orejas. Descubrí que mi madre tenía un collar de perlas sintéticas roto. Entonces me ideé escoger unas perlas pequeñas del collar y me las colocaba en los lóbulos con una gotita de pegamento del que se usaba en la escuela para manualidades. Cuando me vi las orejas en el espejo me gustó tanto que lo hice una y otra vez. Llegó un momento que ya no me satisfacía pegarme las perlas. A fin de cuentas no eran pendientes sino un "apaño". Además era muy engorroso quitarse luego el pegamento de las orejas y que no se notara. Entonces empezó a viajar por mi mente la posibilidad de agujerearme la oreja izquierda. ¿Pero como lo haría? ¿Me dolería? Después de varios intentos frustrados cogí una aguja del costurero de mi madre, apreté los dientes y ¡¡Dios cómo duele!!... me atravesé la oreja con la aguja. Pesé erróneamente que una vez agujereada la oreja ya me podia poner pendientes cuando quisiera... ¡¡¡Error!!!
Le "robé" a mi hermana mayor un pendiente de un par que tenia en el cajón de la mesita de noche (al día siguiente la noté nerviosa buscando por todo el dormitorio... seguro que el pendiente. El problema fue que cuando me quise pasar el pendiente por el agujero... ¿donde estaba el agujero? La oreja me dolía y la tenía muy roja (obviamente se había infectado) Presioné el lóbulo para ver donde había hecho el agujero y empezó a salir pus y me empezó a doler mucho. También salió sangre. Lo lavé con agua oxigenada y me lo limpié. Mi madre notó que algo me pasaba en la oreja y me preguntó qué me pasaba en  la oreja. Le dije que me salió un grano y que se me había infectado.
De momento abandoné la idea de volver a agujerearme la oreja y dejé que se curara sola. Pasaron unos meses y un día oigo decir a una mujer que le había tenido que volver a abrir los agujeros de las orejas a su niña y le había dejado metidos unos hilos para que no se les cerraran hasta que le pusiera unos pendientes de plata. Dijo que con los pendientes de plata se le curan los agujeros y no se le vuelve a cerrar. Eso me llamó la atención pero me hice muchos interrogantes: ¿cómo me podía hacerme el agujero en la oreja y luego que se mantuviera abierto? No me podía poner un hilo porque era evidente que lo mantenía en secreto. Tampoco me podía dejar puesto el pendiente. Además en aquellos años ningún chico llevaba pendientes. Se me hubiera tachado de marica. Luego había otras razones de índole religioso que no quiero ni mencionar. Entonces ¿qué podía hacer?
El único recurso que me quedó fue agujerearme la oreja de nuevo y ponerme inmediatamente el pendiente. Así lo hice. Me dolió mucho. Pero pude ponerme por primera vez un pendiente y sentirlo en mi oreja. No era lo mismo que las perlas pegadas. Podía tocar el pendiente medido en mi oreja por delante y por detrás. Siempre lo hacía en el baño y cuando todos se habían acostado. Antes de salir me lo quité. Pero al siguiente día el agujero se había cerrado y volvía a abrirlo con el mismo pendiente. Algunas veces se me infectada y echaba mucha pus. Hubo una vez que cogí tal infección que se me hinchó tanto el lóbulo que se me puso duro como una piedra y me dolía la cara. Me molestaba hasta abrir la boca para comer. Después de unos días me atreví a pincharme donde creía que estaba la infección y empezó a salir mucha pus. Olía que apestaba. La infección se había extendido hasta por detrás de la oreja en el cuello. Me dolió horrores. Me tiré más de media hora sacando pus y después pus mezclada con sangre. Al día siguiente me volvió a salir pus pero gracias a lavarme bien la herida con agua oxigenada y ponerme una pomada poco a poco se curó. Tardé más de un mes en volverme a poner pendiente. Sufrí mucho con las infecciones hasta que por fin se quedó abierto el agujero de la oreja.
No fue sino hasta después de casarme que me agujereé la oreja derecha. Hoy llevo pendientes en las dos orejas casi siempre y tengo una buena colección de ellos.
Para cuando cumplí los 16 años ya se había casado mi hermana mayor. Las posibilidades de usar ropa femenina se redujeron a prácticamente cero. Eso sí, seguí poniéndome pendientes.

Para cuando cumplí los 18 años llevábamos un tiempo con el corazón en un puño pues mi padre, que llevaba tiempo enfermo del corazón, se le agravó la enfermedad y tuvo que ser hospitalizado. 

Para ese tiempo de finales de 1980 conocí a Chelo, fue la primera "novia" que tuve y con quien estuve saliendo 15 meses. A la misma vez que salía con Chelo me escribía con una chica de Alcalá de Guadaira (Sevilla) que se llamaba Chari. Lo de Chelo fue una aventura que duró demasiado. Aunque no era fea, su carácter maleducado no iba con mi forma se ser y solo era cuestión de tiempo que dejáramos de salir y así fue para la primavera de 1982. Sin embargo seguí escribiendo a Chari de Sevilla, pero con ella no había ninguna intención. 
Esta relación con mujeres me hizo despejar mis dudas en cuanto a mi sexualidad. Era lo que hoy se conoce como heterosexual pero que en mi interior había otras preferencias...
Mientras Mientras tanto, en febrero de 1981 operaron a mi padre del corazón después de 1 año de espera y después de muchas idas y venidas al hospital y de varios ingresos. Desafortunadamente falleció un mes después al tener un rechazo de las válvulas mitrales que le habían puesto.
En septiembre de 1982 conocí a la que 24 meses después sería mi mujer. Era una chica muy joven, solo tenía 17 años cuando la conocí.

En aquellos años, en España, era obligatorio prestar servicio militar. Pero la muerte de mi padre cambió completamente el panorama familiar. Mi padre solo tenía 48 años cuando murió y mi madre se convirtió en una joven viuda de tan solo 43 años. Mis dos hermanas mayores ya estaban casadas y tenían un hijo cada una. Mi madre tardó en cobrar la pensión de viudedad más de 6 meses, por lo que la única fuente de ingresos que había en casa era el dinero que yo ganaba. Y había otros tres hermanos menores que se quedaron sin su padre con 15, 11 y 8 años respectivamente. Así que no quedó otra opción que solicitar una prórroga por hijo de viuda para no hacer el servicio militar y seguir aportando ingresos a la familia. Y me lo concedieron. Si hubiera tenido la oportunidad de ir al servicio militar, seguramente hubiera hecho carrera alli y hoy seguro que estaría bien situado. Pero no ha sido el caso.
Tuve que estar tres años sin poderme casar. Mientras tanto transcurrió mi noviazgo con María que formalizamos el 1 de abril de 1983. En septiembre de ese mismo año adquirimos un piso que nos entregaron el 18 de mayo de 1984. Rápidamente nos pusimos a amueblando poco a poco. Aprovechamos los fines de semana para ir a nuestra nueva casa donde dormíamos la siesta y alguna vez que otra hacer el amor. Y el 24 de octubre de 1984 nos casamos,

No teníamos un céntimo, pero éramos muy felices.  Aprovechábamos toda ocasión para hacer el amor; era natural, éramos muy jóvenes, ella tenia 19 años y yo solo 22. 

Al casarme las cosas cambiaron mucho. Mi feminofilia volvió a renacer después de varios años de letargo. Pero se daba una circunstancia. Mi esposa era muy delgada y yo había engordado un poco. Su ropa era de talla muy pequeña para mí. Además ella no sabía nada de mi gusto por vestir ropa de mujer, por lo que de momento volví a aparcar la idea. Pero en mi interior había un fuego interno que me consumía, sobre todo cuando veía su ropa. Pero esto es algo que contaré en el siguiente capítulo.

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