jueves, 8 de agosto de 2019

PRIMEROS PASOS COMO ESPOSO FEMINÓFILO

PRIMEROS AÑOS DE MATRIMONIO Y PRIMERA REVELACIÓN

Como ya conté en el capítulo anterior, me casé en octubre de 1984. Los primeros meses transcurrieron con toda la pasión que es de esperar de una pareja recién casada.
Sin embargo, unos meses antes... siendo todavía novios, estábamos de vacaciones en casa de los padres de mi novia. Era el mes de agosto. Se dio una circunstancia un poco incómoda para mí. Estábamos comiendo. Mi novia se quedó mirando mi cara y de pronto me suelta "parece que tienes un agujero en la oreja, como si te pusieras un pendiente". Yo disimulé y me fui al baño. Me miré la oreja y traté de disimular el agujero lo mejor que pude. Y no hablé de ello y desvié la conversación.
Ya, estando casados, una noche de aquel primer invierno de 1984 estábamos en la cama, y después de hacer el amor le dije a mi mujer: "¿Te acuerdas de aquella vez estando en casa de tus padres que me dijiste "parece que tienes un agujero en la oreja, como si te pusieras un pendiente"?. Por un momento guardé silencio, me armé de valor y le confesé que sí que tenía agujereada la oreja. No se lo creía y entonces le dije que si no se lo creía que se quitara ella uno y que me lo pusiera. ¡¡Y lo hizo!! Por un momento se quedó callada, me miró una y otra vez con ojos de incredulidad. Por fin me dijo que me quedaba muy bonito. Le dije que no me lo quitara de momento e hicimos otra vez el amor. Después le dije que desde que tenía 15 años me ponía pendientes y que alguna vez me había pinchado la otra oreja para ponerme otro pendiente pero que se me había cerrado el agujero al no ponérmelo. Le dije que si quería me volvía a hacer el agujero y me ponía otro en la oreja derecha y accedió. Me dijo que estaba muy guapo. Me excité tanto que la hice el amor varias veces en la noche. Ella estaba muy contenta y yo también. Pero sentí un alivio enorme al descargarme de ese secreto oculto que me guardaba y que nunca había confesado a nadie. Pero no le confesé que me gustaba vestirme de mujer.

Era extraño que un chico de mi edad se pusiera pendientes en aquel tiempo. Era raro vez a chicos con pendientes en las calles a principios de los 80, pero las cosas empezaban a cambiar. Lo que me pasaba a mí no tenía nada que ver con ninguna actitud de rebeldía que empezó a caracterizar a los chicos que pocos años más tarde se empezaron a poner pendientes en las orejas, en algunos casos ridículos, exagerados y estambóticos. Yo me ponía pendientes porque, aparte de gustarme mucho, formaba parte de mi feminidad oculta y que sentía con mucha intensidad en mi interior. Esa intensidad femenina estaba bullendo en mi interior como la lava de un volcán a punto de explotar. Pero era consciente, por muchas razones, que no viene al caso contar, que no era el momento de contar nada que pudiera enturbiar mi matrimonio ni nuestra felicidad. Además, no creo que mi mujer en ese momento pudiera entender lo que hoy conozco como feminofilia porque ni siquiera yo mismo lo entendía.


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